
Dopaje con receta
La lucha contra el dopaje en el deporte y la drogadicción en las sociedades es una lucha que traza una espiral sin fin y sin que los órganos deportivos y las instituciones de la salud de los gobiernos nunca jamás podrán frenarla ni alcanzar el éxito. Ya hemos expresado en este espacio que existen referentes históricos del empleo de sustancias psicoactivas, dos mil años antes de Cristo en el santuario de Eleusis, lugar a unos 30 kilómetros al Noreste de Atenas, en un ritual religioso en el que la experiencia de los iniciados era por una sola vez en la vida, muy diferente a la búsqueda de paraísos artificiales que conducen a un profundo abismo mortal. Hay antecedentes de estas prácticas en África, América y seguramente en otros sitios. La principal razón la expresó el pensador y poeta alemán Friedrich Schiller, autor de la Oda a la alegría que incorporó Beethoven en los coros de su inmortal Novena sinfonía, en una idea universal: “Contra la estupidez humana, los dioses luchan en vano”. Se combate el doping en esencia porque el atleta que se dopa rompe la piedra angular del deporte, que es el de competir en igualdad de condiciones; al hacerlo, revienta el espíritu del fair play. Y porque el empleo de sustancias prohibidas daña la salud con consecuencias mortales. Con el dopaje, los atletas elevan el rendimiento físico. Los procedimientos de detección han avanzado con el conocimiento de la ciencia y el desarrollo de la tecnología, y el criterio más amplio que sobre él tienen, actualmente, las federaciones internacionales y el COI. En atletismo, a principios del siglo XX, se utilizaba coñac con estricnina e incluso veneno de serpiente. El italiano Dorando Pietri (1885-1942, vivió tan sólo 56 años) se convirtió en una celebridad al ocupar el primer lugar en el maratón en los JO de Londres 1908. Al entrar al estadio se confundió. Corrió en sentido contrario a la meta. Cayó en cinco ocasiones y, entre los que lo ayudaron, según algunas versiones no confirmadas, tal vez espurias, figuraba Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes. Lo descalificaron y la victoria se le concedió al estadunidense John Joseph Hayes. El italiano alcanzó una celebridad superior a la del campeón olímpico. El castigo de por vida que se aplicó al pedalista Lance Armstrong —nunca dio positivo— y el retiro de siete títulos del Tour de reveló dos aspectos: el juicio parcial, 13 de 21 ciclistas que subieron al podio parisino serían detectados con positivo sin que recibiesen tan severa sanción. Y otra, se demostró la incompetencia de los sistemas antidoping en pleno siglo XX. Hay algo más complejo: la hipocresía de Occidente, Europa y Estados Unidos, al tolerar entre sus atletas el empleo de sustancias prohibidas con autorización médica. El doping que penetra por jeringa, cápsula, pastilla o bebida produce el mismo efecto con receta o sin receta. Quienes se dopan con receta obtienen un potencial superior en el rendimiento. Debería crearse una categoría aparte.
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