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Cada mañana, Lucía López de Medrano se mueve entre dimensiones: una la conduce al Instituto de Matemáticas de la UNAM, en la Unidad Cuernavaca, donde se sumerge en estructuras invisibles hechas de curvas, números complejos y ecuaciones sin solución inmediata; otra la mantiene en casa, rodeada de cartón, engrudo y pinturas, creando máscaras que, con el tiempo, han adquirido voz propia en festivales, talleres y proyectos de divulgación.
Pero hay una tercera dimensión más densa y persistente: la de ser mujer, madre, académica y divulgadora en un país donde las científicas aún luchan por no desaparecer del panorama en una disciplina dominada por hombres.
En el artículo Mujeres matemáticas en México de la revista Ciencia se realizó un estudio sobre quienes trabajan como académicas, especializadas en matemáticas y se encontró que hay una escasa participación femenina en esta rama.
En el texto, para analizar la situación de las matemáticas en el ámbito académico, se analizaron 41 instituciones de investigación o educación superior que ofrecían programas en matemáticas.
De los mil 274 profesores resultantes, el 57% trabajaban en instituciones estatales y sólo una cuarta parte del personal académico era femenino, es decir el 25% eran mujeres.
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Lucía creció entre jardines volcánicos y aulas con puertas abiertas. Su madre trabajaba en la Facultad de Ciencias y su padre —aún activo— en el Instituto de Matemáticas.
“Tener padres científicos vuelve cotidiana la ciencia”, cuenta. En su infancia, visitar un laboratorio o jugar entre las plantas raras del Pedregal era tan natural como treparse a un árbol. En casa, las conversaciones sobre matemáticas eran cosa de todos los días.
Antes de elegir formalmente la carrera, pensó en la física, en la química, incluso en el arte, pero fue la Olimpiada de Matemáticas la que inclinó la balanza.
“Es como un entrenamiento deportivo”, dice. “Entrenábamos cuatro horas diarias, y ahí estás rodeada de gente que sí ama las matemáticas, no como en la escuela donde a la mayoría no le gustan”.
Representó a México en competencias internacionales y, aunque en algún momento pensó que estudiar lo mismo que sus padres sería una forma de rebeldía mal ejecutada, se quedó.
“Pasé por querer ser química, por querer ser física y fue a través de la Olimpiada de Matemáticas que empecé a conocer matemáticas fuera del programa escolar y pues me empecé a meter más en el mundo de las matemáticas, entonces fui olímpica, participé en el nacional en Tlaxcala y en el internacional en Estambul, Turquía”, cuenta la doctora López de Medrano.
Actualmente, trabaja en un área altamente especializada: geometría algebraica compleja, real y tropical. Matemáticas puras. Abstractas. Sin anclajes inmediatos al mundo real.
Pero el mundo real sí toca la puerta. No con ecuaciones, sino con recordatorios. La lista del súper, la cita médica del hijo, la llamada de la escuela.
“La carga mental recae en nosotras”, explica. “Aunque pases ocho horas en el trabajo, en ese tiempo también estás resolviendo cosas de la casa”.
Lo explica con claridad: no es sólo el tiempo que se dedica al trabajo doméstico, sino el esfuerzo invisible de planear, anticipar, sostener.
No habla desde el reproche sino desde la experiencia. Reconoce que ha tenido apoyo: una pareja con quien podía hablar de estas cosas ayuda en casa.
Pero la estructura, dice, sigue pensada para alguien que no cría, que no gestiona hogares, que no responde mensajes urgentes a mitad de una junta.
“Cuando más necesitas estar activa en la vida científica —publicar, asistir a congresos— es cuando muchas mujeres estamos criando a nuestros hijos. Y los congresos no tienen lactarios. No hay donde amamantar o sacarte leche. ¿Qué haces? Dejas de ir. Te vas alejando.”
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LA OTRA ARISTA
Lucía no sólo es matemática, también es cartonera.
Ese oficio, que abrazó desde joven como una forma de expresar lo que no podía resolver en ecuaciones, terminó conectando con su faceta de divulgadora.
Junto a su esposo, fundó una asociación civil que comenzó organizando talleres de cartonería y terminó creando ARTEMAT, un proyecto que une arte y matemáticas con enfoque social. Han estado en telesecundarias, plazas públicas, escuelas rurales. En una ocasión, su proyecto fue el único de divulgación científica aceptado en un programa nacional de prevención de la violencia, donde todo giraba en torno al arte o el deporte.
“No puedes obligar a alguien a amar las matemáticas si toda su experiencia con ellas fue desagradable”, dice. “Es como si te dieran algo mal cocinado de niño y decidieras no volver a probarlo jamás”.
En su enfoque, la matemática no es memorización ni castigo: es juego, es lógica, es imaginación. Es lenguaje.
Y como en todo lenguaje, hay un momento en que uno deja de ver letras y empieza a escribir cuentos. “Lo que nos enseñan en la escuela es el abecedario. Pero no cómo hacer poemas con él”.
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MUJERES EN LA CIENCIA
Desde su trinchera, también observa otra batalla: la de visibilizar por qué las mujeres se van quedando solas en el camino.
“Cuando entré a la Facultad de Ciencias, había casi la misma cantidad de hombres que de mujeres, pero conforme pasan los años, te das cuenta de que las compañeras desaparecen. Muchas no terminan la carrera. Otras no hacen el doctorado. Y las que sí lo hacen, luego no encuentran un puesto permanente”, señala López de Medrano.
Hoy, en los congresos de su área, las mujeres son apenas un 10 o 20%. El resto del tiempo, repite una pregunta que la sigue persiguiendo: “¿Dónde quedaron todas las demás?”
Ella no pretende ser una excepción. Se define como alguien que resiste desde su esquina del rompecabezas.
“Las matemáticas son como un enorme rompecabezas del que casi nadie ve el panorama completo. Hay quienes logran unir dos piezas grandes y revelan algo importante. La mayoría, como yo, colocamos pequeñas piezas. Una a una. Y eso también construye”, afirma.
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