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Durante el conocido como período Cretácico, hace más de 75 millones de años, no solo los dinosaurios dominaban los ecosistemas de la Tierra.
Bajo las aguas de ríos, estuarios y marismas costeras de lo que hoy es Norteamérica, se deslizaba un depredador gigantesco, con un cráneo ancho como el de un caimán y dientes tan grandes como plátanos.
Su nombre era Deinosuchus, el “cocodrilo del terror”, un antiguo reptil cuya historia está siendo reescrita gracias a un nuevo estudio publicado en la revista Communications Biology, que forma parte de la publicación Nature.
Por mucho tiempo, el Deinosuchus fue considerado un “caimán gigante”, clasificado entre los aligatoroides, el grupo que incluye a los cocodrilos actuales.
Sin embargo, una investigación liderada por científicos de la Universidad de Tubinga, en Alemania, revela que esta criatura pertenecía en realidad a un linaje distinto.
Su verdadero secreto evolutivo no era solo su descomunal tamaño, que alcanzaba hasta los 8 metros, sino una habilidad que los caimanes modernos han perdido: la tolerancia al agua salada.
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Un depredador anfibio con superpoderes salinos
A diferencia de las especies actuales, adaptadas exclusivamente a ambientes de agua dulce, el Deinosuchus conservó glándulas salinas funcionales, una característica ancestral compartida con los cocodrilos modernos.
Estas glándulas le permitían eliminar el exceso de sal de su organismo, lo que le daba una ventaja ecológica vital: podía desplazarse a través de ambientes salobres y marinos, como la vasta Vía Marítima Interior Occidental, un mar que durante el Cretácico dividía Norteamérica en dos masas terrestres: Laramidia y Appalachia.
Gracias a esta capacidad fisiológica, el Deinosuchus logró colonizar hábitats costeros a ambos lados del antiguo mar interior, convirtiéndose en un superdepredador dominante en múltiples ecosistemas.
No era raro encontrarlo en estuarios, marismas y llanuras aluviales, donde se alimentaba de lo que quisiera: peces, tortugas, e incluso dinosaurios herbívoros desprevenidos.
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Una revisión de su linaje
El equipo científico, encabezado por el paleontólogo Márton Rabi, utilizó una combinación de análisis morfológicos y datos genéticos de cocodrilos actuales para reconstruir un nuevo árbol genealógico del grupo.
Los resultados muestran que el Deinosuchus se separó evolutivamente antes de que aparecieran los aligatoroides, y que su clasificación anterior como “caimán gigante” fue errónea.
Su tamaño colosal no fue una anomalía dentro del grupo, sino el producto de una trayectoria evolutiva independiente, adaptada a condiciones costeras ricas en presas.
“La tolerancia al agua salada es un rasgo más antiguo de lo que pensábamos; lo que vemos ahora es que los aligatoroides la perdieron posteriormente, mientras que el Deinosuchus la conservó, y eso fue clave para su éxito evolutivo”, explicó Rabi.
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Gigantes entre gigantes
Aunque el Deinosuchus es uno de los cocodrilos más grandes que jamás hayan existido, el gigantismo en estos reptiles no fue un fenómeno aislado.
El estudio identifica al menos una docena de eventos en los que los cocodrilos evolucionaron hasta alcanzar tamaños extraordinarios durante los últimos 120 millones de años.
Siempre que los ecosistemas eran cálidos, húmedos y ricos en presas, estos animales tendían a crecer; en ese contexto, el Deinosuchus representa la norma, no la excepción.
La lógica detrás de su gigantismo es clara: en un ambiente con abundantes recursos y sin competencia directa, volverse un coloso era una estrategia evolutiva efectiva.
En este mundo ancestral, incluso dinosaurios de gran tamaño corrían peligro si se acercaban demasiado al agua.
Las marcas de mordidas encontradas en huesos fósiles confirman que el Deinosuchus cazaba o se alimentaba de dinosaurios como carroña, emboscándolos desde el agua como hacen hoy los cocodrilos.
Este nuevo estudio no solo cambia nuestra comprensión del Deinosuchus, sino también la del papel ecológico de los crocodilianos en general.
Aporta pruebas de cómo ciertos rasgos fisiológicos, como la tolerancia al agua salada, fueron cruciales para la resiliencia y expansión de estos reptiles en tiempos de grandes transformaciones climáticas.
Hoy, los cocodrilos gigantes son cosa del pasado y aunque especies actuales como el Crocodylus porosus pueden superar los seis metros, las condiciones ecológicas y la presión humana han limitado su potencial evolutivo.
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